Con la revolución del 25 de mayo en Chuquisaca se iniciaron los anhelos libertarios en la América española, cuyos hechos fueron rápidamente conocidos en varias regiones gracias a los emisarios de agitación y entendimiento que envió la Audiencia Gobernadora, que asumió el poder frente a la crisis de la monarquía, con el principio de la soberanía popular. Estos instigadores fueron efectivos en la propagación de las ideas revolucionarias; de tal manera, los agitadores del levantamiento en La Paz, enviados por los criollos chuquisaqueños, fueron Manuel Mercado y Mariano Michel, a quienes se unió José Antonio Medina, cura de Sica Sica, los cuales participaron en reuniones secretas con los conspiradores, teniendo un permanente contacto entre personajes de las dos ciudades.
La fecha fijada por los conspiradores para realizar el alzamiento era la noche del 23 de junio, pero ésta fue diferida por circunstancias de último momento, entonces, se determinó el 16 de julio, día de la Festividad de la Virgen del Carmen, como la fecha impostergable y adecuada para la sublevación. Era el día de la patrona de la ciudad, de la santa madre que les había protegido durante los duros días del asedio indígena en 1781, ahora en ella estaba puesta toda su fe para hacer de ése un glorioso día, confiando en la pureza de su causa, que sellarían con su sangre.
“Para el efecto se determinó confiar la dirección a D. Pedro Domingo Murillo que sería comandante de la Plaza mientras D. Juan Pedro Indaburu sería Comandante de toda la Provincia. D. Manuel Cossio, Ramón Arias y Pedro Herrera, se encargarían de armar a la plebe con cuchillo que tenía en su almacén D. Pedro Cossio; D. Sebastián Figueroa y D. Francisco Xabier Iturri Patiño, moverían a las milicias; Melchor Ximenez y Mariano Graneros procurarían sonsacar a los soldados del Batallón, procurando embriagarlos, a efecto de evitar todo conato de resistencia; el ídolo de los indígenas, D. Juan Manuel Cazeres, movería a los de S. Pedro, S. Bárbara y S. Sebastián; Sagarnaga se ocuparía de resguardar la Real Cárcel a efecto de que los criminales no aprovecharan la circunstancia y se mezclaran con los revolucionarios, cuidando que no hubiera hecho ninguno criminoso que empañara los nobles propósitos que perseguían; se cuidaría las Cajas Reales y D. Pedro Cossio la Administración de Correos con su respectiva renta.” (Pinto, 1909, pág. 111)
El día señalado todo se desenvuelve con normalidad; a las siete de la noche, terminada la procesión de la Virgen del Carmen, se retiran los soldados realistas después de haber rezado el rosario, quedando solamente la guardia. Es entonces que, a esa hora salen del billar de Graneros los revolucionarios, dirigiéndose cautelosamente a la Plaza Mayor.
Melchor Jiménez, en compañía de Mariano Graneros, Juan Cordero, Buenaventura Bueno y otros patriotas atacaron el cuartel al grito de “Viva el Rey”, donde se apoderaron de los fusiles y con el apoyo de otras armas, repartidas en la casa de Pedro de Indaburu, los insurgentes tomaron el cuartel en un rápida acción que tuvo pocas bajas, como la muerte de Juan Cordero. Este asalto se dio en medio del repique de las campanas de la Catedral que convocó al pueblo a la plaza; la muchedumbre estaba entusiasta con el triunfo de la revolución, llenaron las calles y plazas de fogatas que iluminaron la ciudad.
“En la noble y valerosa ciudad de nuestra Señora de La Paz, a horas ocho de la noche del 16 de julio del año del Señor de 1809, reunidos en el salón del Cabildo los infrascritos, a nombre del pueblo, declaran y juran defender con su sangre y fortuna la independencia de la patria.” (Mendoza, 1997, pág. 109)
En la Sala Capitular, se reunió el Cabildo junto a los líderes del movimiento, donde éstos empezaron a exigir al Cabildo varias peticiones a nombre del pueblo, entre ellas, la renuncia del intendente Tadeo Dávila, del obispo Remigio de la Santa y Ortega, de los oficiales reales y otras autoridades. Pedro Domingo Murillo es nombrado jefe militar y Pedro Antonio de Indaburo fue designado subjefe. El pueblo reunido en las afueras vitoreaba al lejano rey español: “Viva Fernando VII”, contrastando con los gritos de júbilo: “Muera el mal gobierno” “Mueran los traidores”, aprobando las medidas del Cabildo.
Al día siguiente, se obligó a los españoles a presentarse en la Plaza Mayor y jurar alianza con los criollos; también se ordenó a todos los vecinos entregar las armas al Cabildo y realizar un juramento de alianza con los americanos.
Siguiendo el precedente de la Audiencia de Charcas, el ayuntamiento adoptó el nombre de Cabildo Gobernador, constituyéndose en la instancia máxima de la insurrección. Posteriormente, pocos días después, se organizaron dos compañías de caballería de 50 hombres cada una, las cuales estaban compuestas por españoles, criollos y soldados negros, y cuya divisa era: “por la religión, la patria y el rey, morir o vencer”. Esta fuerza militar fue creciendo cada vez más, llegando a contar con 10 compañías de infantería y caballería hasta formar un importante ejército de 1400 hombres.
El 20 de julio, en el centro de la plaza, los insurrectos quemaron la lista de deudores a las Cajas Reales y extrajeron de éstas dinero para repartirlo entre la muchedumbre. Asimismo, se movilizaron 400 indios aymaras para impedir que el obispo La Santa y Ortega huyera de la ciudad.
También fue entregado un documento denominado Nuevo Plan de Gobierno, escrito por los representantes del pueblo, el cual en sus diez artículos señala la base de la propuesta política paceña, determinándose varios aspectos como la soberanía del pueblo y la búsqueda de los derechos de los ciudadanos; además, en su quinto artículo se ordena la formación de una Junta Tuitiva, una instancia que intervendrá como tal en las deliberaciones del Cabildo. La Junta Tuitiva, que asumió funciones de gobierno, estaba compuesta por Pedro Domingo Murillo como presidente y varios de los sublevados como miembros, además de un indio noble de Omasuyos y otros dos indios importantes de Yungas y Sorata. La Junta Tuitiva, de los derechos del Rey y del Pueblo se solidarizaba con Fernando VII por sus desventuras pero también demandaba los derechos constantemente usurpados o disminuidos.
Pero la unidad no duró mucho, porque a partir de agosto comenzó a resquebrajarse, fundamentalmente en la relación entre algunos miembros del Cabildo y los de la Junta Tuitiva, lo que se fue agudizando en septiembre, a lo que se sumó la falta de apoyo a la Junta por parte de otras ciudades. Por último, Fernando de Abascal, virrey del Perú, envío a José Manuel de Goyeneche rumbo a La Paz, al mando de un ejército de 5.000 hombres. El 30 de septiembre se disolvió la Junta Tuitiva por la dimisión de sus miembros; además, renunciaron la mitad de los soldados; no obstante, todavía había una fuerte resistencia en los Yungas, a la cabeza de Victorio García Lanza, que finalmente sucumbió ante las tropas de Domingo Tristán, en el enfrentamiento más sangriento de la campaña.
Para el mes de noviembre el movimiento paceño quedó prácticamente desarticulado; poco a poco los cabecillas de la insurrección fueron apresados y algunos ejecutados inmediatamente. Por su parte, Pedro Domingo Murillo fue capturado en Zongo y llevado ante Goyeneche, quien inició un juicio a los sublevados, condenándolos a morir en el cadalso el 29 de enero de 1810.
Antes de morir en la horca, Murillo se dirigió a la multitud con actitud altiva, voz firme y levantando una mano hacia el cielo pronunció: “La tea que dejo encendida nadie la podrá apagar”.