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Próceres chuquisaqueños de la Independencia

Jaime Zudañez, el incitador

Durante este acontecimiento sobresalió la figura de Jaime Zudañez, un eminente y joven doctor chuquisaqueño nacido en 1772, hijo del general peninsular Manuel Ignacio de Zudáñez, que fuera Gobernador-Intendente del partido de Chiquitos, con asiento en la muy noble ciudad de Santa Cruz de la Sierra y que ocupara otros importantes cargos militares y civiles en el Alto Perú, y de la dama criolla doña Manuela Ramírez de la Torre. En tal ocasión, Zudañez se ingenió para elaborar una contestación al ministro de Carlota Joaquina:

“… admira que la Seora Princesa del Brasil Doña Carlota Joaquina en su citado Manifiesto dirigido a estas Provincias atribuía renuncia tan solemne y autorizada a una sublevación o tumulto popular suscitado en la Corte de Madrid para obligar al Seor Don Carlos IV a abdicar la corona, “proposición subversiva” que excita la noble indignación de los dignos vasallos de Fernando VII … […] En cuia consecuencia, reflexionando sobre los perniciosos efectos que puede acarrear en perjuicio de la Soberanía y tranquilidad pública que se circulen los citados papeles, Acordaron, mandaron y ordenaron que no se conteste a esta Seora Doña Carlota Joaquina” (Sic) (Sepulveda Whittle, pág. 457)

Por esta manifestación, Jaime fue detenido el 25 de mayo, por lo que los conjurados aprovecharon para mover al vecindario. Tal fue el impulso que se logró la dimisión del presidente de la Capitanía General de Charcas, Ramón García Pizarro y Jaime ocupó el cargo de Capitán de Artillería. La revolución de los doctores había triunfado… aunque esporádicamente.

El Mariscal Nieto procedió a perseguir a los cabecillas del 25 de mayo, entre los cuales figuraban en primer término Zudáñez y su hermano, quienes fueron encarcelados nuevamente en febrero de 1810. Manuel Zudañez murió a los pocos meses en la cárcel de Chuquisaca, y Jaime fue remitido al penal del Callao (Perú), de donde logró salir en diciembre del mismo año.

Anduvo un tiempo sin recursos económicos hasta que llegó a Chile, en agosto de 1811. Allí, escribió una proclama bajo el pseudónimo de José Amor de la Patria, llamada “Catecismo Político Cristiano”. Gracias a ello, con la insurgencia en pleno auge, se convirtió en secretario de la asamblea que redactó el reglamento constitucional de 1812. Siete años más tarde fue parte del diseño de la Constitución de la Argentina y luego participó en la elaboración de la Carta Magna de Uruguay, donde murió en 1832. Una vida coherente con sus ideales, sin duda.

Bernardo Monteagudo y la propagación de las ideas

Otro de los de los personajes importantes de aquellos tiempos, fue el jacobino Bernardo Monteagudo, proveniente de una familia humilde de Tucumán; la cual realiza muchos esfuerzos para que el joven culmine sus estudios superiores en 1808, con la obtención del grado de doctor en leyes en la Universidad de Chuquisaca. “La ciudad de La Plata, no sólo le daría las herramientas para forjarse una carrera extraordinaria sino además la ocasión de revelar desde muy temprano sus dotes de escritor, su compromiso con la causa de los más pobres y su estrecha relación con la realidad de su tiempo” (Jarak, 2013). Bajo este influjo, a Monteagudo se le atribuirá la redacción y difusión proscrita de panfletos que circularon en la época, entre los que destaca el célebre “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos”, y del que se supone se produjo una representación teatral a comienzos de mayo de 1809 (Íbid). Luego, será protagonista, al lado de otros muchos, del levantamiento producido ese mismo año; aunque de manera explícita, “…el movimiento de 1809 no tuvo por objeto la independencia, sino que, por el contrario, fue nacido de una ciega adhesión a la causa de Fernando VII. Sin embargo, no faltan quienes, entreviendo la posibilidad de un cambio en los destinos de la América, se decidiesen a tentarlo” (Muñoz, 1859, pág. 12).

Para entender el ansia libertaria y a la vez paradojal de la época hay que examinar el “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los campos Elíseos”. Allí Monteagudo imagina el siguiente fragmento:

Fernando: “El más infame de todos los hombres vivientes, es decir, el ambicioso Napoleón, el usurpador Bonaparte, con engaños, me arrancó del dulce regazo de la patria y de mi reino, e imputándome delitos falsos y ficticios, prisionero me condujo al centro de Francia”. Atahualpa le responde: “Tus desdichas me lastiman, tanto más cuanto por propia experiencia, sé que es inmenso el dolor de quien padece quien se ve injustamente privado de su cetro y su corona”.

El mensaje implícito en el texto indica un abordaje crítico hacia todas las formas de gobierno monárquico; mismas que suelen conseguir el poder por la fuerza.

Este es el quid de la cuestión, aunque aparezca solapado tras la supuesta nostalgia del cautivo Fernando VII.

El historiador Juan Muñoz, revela en 1859, un poco más del carácter de estos hombres de aquel levantamiento:

“En efecto; diez o doce ciudadanos, entre los cuales figuraba Paredes, Michel, Alcerreca, Mercado, Monteagudo, Arenales y Lanza, tuvieron sus reuniones en Chuquisaca, tan luego como pasaron los primeros momentos de agitación, y resolvieron aprovechar las circunstancias y buscar prosélitos a la causa de la independencia. Con tal objeto se distribuyeron en todas direcciones, tocándole a Monteagudo en suerte el dirigirse y obrar sobre Potosí.