Cochabamba vive el carnaval más extenso y también uno de los más populares del país, siendo una diversa expresión cultural de la riqueza valluna, una mezcla de tradiciones y costumbres de nuestro pasado andino, colonial y republicano.
Según relata el historiador Gustavo Rodríguez Ostria, fueron los españoles quienes introdujeron dos manifestaciones del carnaval, la de las clases altas, que eran celebradas en salones a la manera española y el carnaval popular, festejado en las calles, distinguiéndose ambos por el tipo de música, bailes y comidas.
Los dos tipos de carnaval prevalecientes en la ciudad de Cochabamba recorrieron caminos distintos a lo largo del siglo XIX. Los sectores populares vivían esta fiesta entre los elementos burlescos, báquicos y cómicos, heredados de la tradición europea y de las costumbres indígenas vinculadas al ciclo agrario de la región. La calle era el lugar predilecto de los sectores plebeyos, en ella tocaban y danzaban ‘bailecitos de la tierra’, que eran de procedencia peruana como: ‘moza mala’ de origen negro y la ‘zamacueca’, que era un baile de pareja suelta.
En febrero de 1847, el periódico local “Correo del Interior” describe vívidamente el jolgorio, al que denomina “el carnaval de aldea”; este medio escrito refiere que, durante la festividad, los cochabambinos del sector popular salen a las calles con inusitada alegría, “ostentando toda la gala de vestidos rústicos, trayendo flores y frutas en la cabeza, y danzando al son de un tamboril y una flauta de pastores”, ambos instrumentos imprescindibles para ejecutar los candentes ritmos negros. También, la guitarra y el pinkillo eran usados para expresarse en los bailecitos andinos.
Era la gente indígena o mestiza la que tomaba las calles durante el carnaval, imponiendo su música, sus bailes y sus vestimentas. Por el contrario, los sectores más ricos y poderosos de la ciudad celebraban dentro de sus casas, tal como lo señala un anónimo cronista de la época: “El carnaval urbano hoy no sale al público; saca apenas las narices de la ventana. Su festín es allá dentro de casa: la hora del banquete es la hora del estallido; antes de terminar la comida se levanta de golpe y como por encanto la comitiva rompe la música y entonase un coro al divino Baco. Empieza la danza en una rueda entremezclada de hombres y mujeres, asidos todos por las manos y se entabla desde luego un comercio recíproco de cantares al son de una guitarra que gira en torno de la rueda convidando a cada uno de los bardos improvisados”.
Del mismo modo, documentos periodísticos de la época señalan que las clases más adineradas no participaban de las fiestas callejeras y no establecían nexos con la plebe. Bailaban y se divertían encerrados, en la seguridad de sus amplias mansiones; por ejemplo, el martes de ch’alla la élite cochabambina se entretenía en sus amplias casas en un juego y contrajuego de ataques y contraataques con agua, talco y perfumes, entre varones y mujeres.
A mediados del siglo XIX, la plebe se retiró a divertirse a las campiñas aledañas, cuyo repliegue abrió espacio festivo para los sectores tradicionales. Según relata Rodríguez Ostria, apuestos jóvenes se lanzaron a las calles a guerrear con cascarones de huevos y cohetillos. También cambiaron los bailes nocturnos, fue abolido el chocolate, dando paso a exquisitos vinos y al suculento ponche; el minué y el “londú” fueron reemplazados por las cuadrillas y las polkas, confirmando la admiración por la cultura europea, especialmente la francesa.
El carnaval cochabambino segregaba y excluía cada vez más, ahora los sectores dominantes habían ganado las calles en la festividad, bailaban en ellas y a la par ofrecían sus amplias casas de tres patios como territorios abiertos, donde los invitados podían ingresar libremente y recibir una grata acogida, que se iniciaba con un bautizo de agua. Luego los anfitriones invitaban bebidas como el guarapo e incluso fina chicha, especialmente elaborada para la ocasión con maíz seleccionado, acompañando esto con el tradicional puchero o thimpu.
De esta manera, el antiguo carnaval de raíz plebeya y de origen colonial, quedaba gradualmente confinado a la periferia más pobre de la ciudad, a los barrios populares de Las Cuadras, Jaihuayco o Cala Cala; se llevaba a cabo un festejo al ritmo de bailecitos y cuecas interpretado por acordeones, guitarras, charangos, mandolinas, quenas y “rasca-rasca”. También ch’allaban la festividad con chicha, proveniente del Valle Alto como Cliza y Punata.
Fuentes:
- Siglo & medio del carnaval de Cochabamba – Gustavo Rodríguez Ostria
- Ciudad en Fiesta – Alber Quispe Escobar
- AHORA Historias y Leyendas de Cochabamba – Edición 7