El Carnaval, que había llegado con los españoles y se fusionó con la Anata, se convirtió en una celebración que movía a la ciudad entera; diferentes actividades concentraban a la población, que descargaba toda su alegría en una fiesta muchas veces desenfrenada. Así lo hace conocer el padre comendador de La Merced, de la ciudad de La Paz, quien en 1747 reclamaba por la forma que tenían de celebrar los paceños las carnestolendas: “El Carnaval del diablo ha sido muy pecaminoso, los hombres con pretexto de untarles con harina la cara y los pechos a las hembras, cometían tocamientos que conducen al pecado, ¡Jesús!, he visto a seis mocetones apoderarse de una mujer, embadurnarla hasta el extremo de dejarla pura harina y la otra quedarse muy contenta y satisfecha”.
Con el tiempo los paceños fueron incorporando diferentes elementos y actividades a esta festividad, para hacerla más divertida y disfrutarla más allá de solo untarse con harina. Entre las actividades que se incorporaron en las celebraciones del Carnaval estaban las carreras de caballos y los bailes, que se fueron haciendo más suntuosos con los años, al puro estilo europeo.
Las carreras de caballos tenían como escenario La Alameda, lo que hoy es El Prado, teniendo como meta el Palacio de Gobierno, en la actual Plaza Murillo. Así quedó registrada una competencia que tuvo lugar en 1848, donde participaron más de media docena de parejas de jinetes, en la cual los caballeros, en briosos corceles, acudían disfrazados variadamente, acompañados todos de hermosas damas disfrazadas de odaliscas.
Mientras la cabalgata pasaba a toda prisa por el recorrido establecido, eran el blanco perfecto para los cartuchazos de harina y cascaronazos que les lanzaban desde los balcones y ventanas los eufóricos espectadores, algo que no debía distraer a los jinetes, pues de ello dependía lograr la victoria en la competencia más grande del Carnaval.
Con los años esta tradición se fue perdiendo por la transformación que tuvo la ciudad por la incursión de los medios de transporte, como el tranvía. Sin embargo, las carnestolendas fueron aumentando, puesto que ya se extendían por cuatro días, donde toda la población participaba a través de las comparsas, también conocidas como pandillas, que eran grupos formados principalmente por jóvenes, quienes se enfrentaban en grandes batallas con harina, una tradición colonial, que finalmente se disolvió con la Guerra del Chaco, por la crisis económica que generó el conflicto.
Las noches del carnaval de antaño en La Paz estaban dedicadas a los bailes en elegantes y prestigiosos salones y clubes sociales, siempre al estilo europeo, donde se podían apreciar reyes, arlequines y pierrots, entre otros personajes, emulando las fiestas y mascaradas de España, Venecia o Francia.
Aproximadamente en 1908 hace su aparición El Pepino, figura irrefutable del carnaval paceño, en cuya data nos regimos por su primera aparición en una fotografía aquel año.
El Pepino es quizás un desclasado de esos grandes bailes donde abundaban figuras muy similares a él, pues quizás su picardía y voz aguda y chillona no encajaban en la elegancia, pompa y tranquilidad de aquellos eventos de la clase alta.
El Pepino, con traje de Pierrot y cara de Kusillo, se convirtió en el personaje característico del carnaval paceño, que es accesible a todas las clases sociales y de todas las edades. Según la antropóloga Beatriz Rossells, este simpático personaje es: despreocupado, bonachón, libre y humilde, pero ante todo citadino. También es conquistador, noble con los niños y amigo de borrachos y desvalidos.
Fuentes:
La Vida Social en el Coloniaje – Gustavo Adolfo Otero
www.paginasiete.bo