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Carnavales de antaño en Potosí. De impetuosos festejos a apacibles reuniones

El festejo por antonomasia en Potosí era el carnaval. El historiador Arzáns describe cómo fue el carnaval potosino en tiempos antiguos: “Eran cuadrillas de hombres y mujeres, animadas frecuentemente de una intención bélica; con sus banquetes, trajes pintorescos, bailes y juegos ‘deshonestos’; con sus saldos de muertos y heridos cruelmente porque ‘los agravios y venganzas de todo el año se guardaban para aquellos días’”. En este sentido, bandos de mulatos, indios y mestizos, combatían con hondas, palos y puñales, especialmente los domingos de carnaval, como un infernal entretenimiento.

Como una derivación de aquellos estímulos peligrosos, las autoridades establecieron la costumbre de distraer al pueblo con corridas de toros todos los domingos desde el 1 de enero hasta el último día de carnaval. Es así que, en 1732 las fiestas del carnaval fueron especialmente regocijadas; se corrieron toros desde el primero de enero hasta el 26 de febrero, todos los domingos, día y noche, con mucha hoguera de luminarias y teas en toda la plaza. De todas maneras las corridas de toros dejaron un saldo de 11 muertos y 14 personas malheridas.

Los bailes de carnaval comenzaban muchos días antes del festejo propiamente dicho, e iniciaban en las casas; pero Arzáns se queja por la deshonestidad de estas danzas, especialmente por una que en 1719 hicieron los chapetones entre hombres y mujeres desnudos, imitando lo que un vecino de Potosí había visto en un banquete de Londres.

En el siglo XIX, los carnavales en Potosí ya no son tan violentos, esta festividad se ha hecho más familiar, con ancianos y jóvenes tomando parte de la fiesta para disfrutar de diferentes juegos tradicionales. Por ejemplo, las gentes de la época se inundaban mutuamente de harina, de almidón en polvo, de dulces, que se tiran a las damas, las cuales contestan con cascarones de huevos, llenos de aguas perfumadas, que no siempre tenían un olor agradable.

También en aquellos festejos se podía disfrutar de bailes y carreras a caballo, pero también abundaba el bullicio y el abuso de bebidas alcohólicas.

Después del desenfreno carnavalero, todo volvía a la calma en la ciudad; la tranquilidad nuevamente reinaba en la Villa Imperial, en cuyo diario vivir lo más entretenido era reunirse para ver el atardecer.