“Sucre es un caballero en todo. Tiene la mente más ordenada de Colombia. Es sistemática y capaz de grandes ideas. Es el mejor general de la República y su primer estadista. Sus principios son excelentes y sanos y su moral sin tacha. Tiene un alma noble y fuerte. Sabe cómo convencer a los hombres y cómo dirigirlos... Es el más valiente entre los valientes, el más leal de los leales, amigo de la ley y del orden, enemigo de la anarquía y verdadero liberal”. Simón Bolívar
(Masur, 2008, pág. 393)
En los campos de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, se libró la batalla definitiva para La Independencia Hispanoamericana, donde salieron victoriosas las fuerzas patriotas comandadas por el general Antonio José de Sucre, quien, al final de encarnizada contienda, tuvo un acto digno de su alma noble: El Virrey La Serna herido y derrotado yace junto a una piedra custodiado por sus captores, esperando al jefe patriota para saber cuál será su destino; y al tenerlo de frente, temeroso, le extiende su espada ofreciéndosela, alcanzando a decir: “gloria al vencedor”. Sucre toma la espada y se la devuelve, exclamando: “honor al vencido”.
Después de la victoria en la batalla de Ayacucho, Sucre le escribe a Bolívar: “El campo de batalla ha decidido, por fin, que el Perú corresponde a los hijos de la gloria. 6.000 bravos del Ejército Libertador han destruido en Ayacucho los 10.000 soldados realistas que oprimían esta república: los últimos restos del poder español en América han expirado el 9 de diciembre en este campo afortunado”. (Baptista Gumucio, 2016, pág. 143)
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